12 hous.
J. Health L. & Policy 201
Copyright ©
2012 A.N. Guthkelch
Houston
Journal of Healtz Law & Policy
ISSN
1534-7907
PROBLEMAS
DE HEMORRAGIA RETINO-DURAL INFANTIL CON LESIÓN EXTERNA MÍNIMA
A.N.
Guthkelch*
Esta
contribución se ofrece como una reflexión –después de 40 años
de estudios - sobre un problema de potencial maltrato infantil que ha
causado mucha controversia desde que fue descrito por primera vez.1
Si bien la controversia es una parte normal y necesaria del discurso
científico, ha surgido un nivel de emoción y divisiones sobre el
síndrome del bebé sacudido/trauma craneal infligido que ha
interferido en nuestro compromiso con la busqueda de la verdad.
Lo
que sigue es un Seria Llamada –tomo la expresión del título de un
tratado religioso por el clérigo protestante del siglo XVIII William
Law– a los miembros de las profesiones médicas y jurídicas para
considerar
estos problemas con moderación.
Es, en breve, una petición de la cortesía en el discurso
científico.
*
A. Norman Guthlech es un profesor jubilado de neurocirugía. Fue
miembro del claustro de las escuelas médicas de, entre otras, la
Universidad de Hull, la Universidad de Pittsburgh, y la Universidad
de Arizona, y profesor visitante en el Harvard Medical College. Fue
distinguido por sus contribuciones en el campo del síndrome del bebé
sacudido/trauma craneal infligido en la Cuarta Conferencia Nacional
sobre Síndrome de Bebé Sacudido (2002) y la Primera Conferencia
Europea sobre Síndrome de Bebé Sacudido (2003).
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J. HEALTH L.& POL’Y
PROBLEMA
#1. ¿El
nombre ‘sindrome del bebé sacudido’ está justificado por los
hechos?
Aquí
hay una seria dificultad epistemológica: una que no parece haber
sido claramente reconocida. De los varios cientos de síndromes en la
literatura médica, casi todos son nombrados bien según su
descubridor (p.ej., el Síndrome de Adie) o por un rasgo clínico
destacado (p.ej. Síndrome del Hombre Rígido). En cambio, la
denominación síndrome del bebe sacudido (SBS) afirma una etiología
única (sacudida). También implica propósito dado que es difícil
sacudir ‘accidentalmente’ a un bebé. Un término más nuevo,
traumatismo craneal infligido (TCI), implica tanto mecanismo (trauma)
como propósito (infligido).
Puesto
que hemorragias subdurales y retinales (con o sin edema cerebral)
también pueden observarse en escenarios accidentales o naturales,
sugiero que los elementos de la clásica tríada de hemorragia
retinal, hemorragia subdural y edema cerebral estarían mejor
definidos en términos de sus características médicas. Ya que las
hemorragias subdurales en la infancia se originan en la duramadre,
quizás “hemorragia retino-dural de la infancia” sería un nombre
aceptable para las hallazgos principales. Otros hallazgos médicos,
p. ej., edema cerebral, pueden ser añadidos al título cuando sea
conveniente. Esto nos permitiría investigar causalidad sin parecer
que damos por sentado que ya conocemos la respuesta.
PROBLEMA
#2. PUEDE LA SACUDIDA CAUSAR HEMORRAGIA RETINO-DURAL EN LA INFANCIA
CON LESIÓN EXTERNA MÍNIMA? Y, SI ES ASÍ, SE PUEDE INFERIR
RAZONABLEMENTE SACUDIDA (U OTRAS FORMAS DE MALTRATO) DE ESTOS
HALLAZGOS?
Si
la sacudida es responsable de un daño significativo al sistema
nervioso central y sus revestimientos, hay que preguntarse por qué
las fuerzas generadas por humanos o máquinas de laboratorio
sacudiendo a un muñeco han resultado tan a menudo insuficientes para
causar la ruptura de esos tejidos. Uscinsky (2004), citando a Ommaya
(1968), razonaba que ya que hay “un umbral de lesión para el
tejido neuronal,” y éste no se puede alcanzar sólo por sacudida,
debe de haber una característica adicional, tal como impacto, para
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explicar
los hallazgos.2
Esto es consistente con el trabajo de Duhaime y otros.3
Pero este argumento no toma en consideración las diferencias
biofísicas entre el cerebro maduro y el infantil, recientemente
remarcadas por Squier y Mack.4
Éstas incluyen daños microscópicos o submicroscópicos, no sólo
directamente al cerebro mismo sino también al control de vasos
sanguíneos por vía del tejido nervioso meníngeo.5
Tales efectos pueden ser mediados por mecanismos reflejos, causando
susceptibilidad infantil a la hemorragia a partir de un trauma menor
o sucesos que ocurren de forma natural.6
Tales consecuencias serían difíciles, sino imposibles, de
reproducir exactamente en un modelo de laboratorio.
Puesto
que un trauma menor puede causar un daño desproporcionado a los
bebés, es conveniente aconsejar a los progenitores y cuidadores que
no sacudan a los bebés, tal como es sensato aconsejarles que no
dejen caer a los bebés o no los sitúen en situaciones desde los que
podrían caer o donde hermanos u objetos podrían caerles encima.
Tales precauciones reconocen que los bebés son vulnerables en su
desarrollo, y que algunos pueden ser más vulnerables que otros.
De
esto no se sigue, sin embargo, que se puedan inferir sacudidas (o
cualquier otra forma de maltrato) de un hallazgo de hemorragia
retino-dural en la infancia. Tuerkheimer ha señalado el peligro de
dar por sentado intención criminal simplemente porque la clásica
tríada de hemorragia retino-dural y encefalopatía esté presente y
nadie puede pensar en otra explicación.7
Si bien la sociedad está correctamente indignada por cualquier
ataque a sus miembros más débiles y exige un justo castigo, parecen
haberse dado casos en los que tanto la ciencia médica como la ley
han ido demasiado lejos en plantear hipótesis y criminalizar
supuestos actos de violencia en los cuales la única evidencia ha
sido la presencia de la
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clásica
tríada o incluso sólo uno o dos de sus elementos. A menudo, parace
haber existido investigación inadecuada sobre la posibilidad de que
la imagen resultara de causas naturales. Al examinar casos en que el
supuesto agresor ha continuado proclamando su inocencia, me
impresionó la alta proporción de aquellos en los que había una
historia significante de enfermedades previas o de anormalidades de
estructura y función del sistema nervioso, sugiriendo que el
problema era natural o congénito, más que infligido. Sin embargo,
esas cuestiones apenas fueron consideradas, si es que lo fueron, en
los informes médicos.
PROBLEMA
#3. ¿Podemos
dar por sentado con seguridad que hay una relación constante entre
la fuerza de la sacudida y/o impacto y el daño resultante para los
tejidos corporales, particularmente los del sistema nervioso y y sus
revestimientos?
Suscitar
esta pregunta no sugiere que alguna
violencia contra un niño sea aceptable; no lo es. Pero es pertinente
para considerar hasta qué punto un testigo médico puede cuantificar
el grado de fuerza necesaria para causar hallazgos médicos
específicos especialmente si la pregunta sugiere una comparación
con una colisión de vehículo a motor de gran velocidad o una caída
desde un edificio alto o pide una opinión sobre la intención.
Cualquier perito médico que contesta de modo negativo preguntas
tales como “¿Dadas las lesiones que usted ha descrito en este
caso, doctor, tiene usted alguna duda de que fueron infligidas con
intención de matar, o al menos sin atender en lo más mínimo a esa
posibilidad?” está excediéndose en su autoridad. Nuevo trabajo
por Squier y Mack sobre la neuropatología del cerebro infantil y sus
revestimientos enfatiza la compleja relación entre el cerebro, la
duramadre y las venas puente de pared delgada que conducen de la
corteza cerebral a los senos venosos durales.8
Dadas estas complejidades, no deberíamos esperar encontrar un
relación exacta o constante entre la existencia o extensión de una
hemorragia retino-dural y la cantidad de fuerza implicada, menos aún
el estado mental del autor. Tampoco deberíamos dar por sentado que
esos hallazgos están causados por trauma, antes que por causas
naturales.
A.N.
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En
mi artículo de 1953, revisé 24 casos de derrames subdurales
infantiles, principalmente hematoma subdural.9
En el artículo, subrayaba que los derrames subdurales infantiles no
son raros y que “la frecuencia con que (...) son encontradas es
proporcional a la intensidad con que son buscadas”.10
La mayoría de esos casos ocurrieron en los primeros meses de vida
(11 antes de los 3 meses, 5 entre 3 y 6 meses, y 2 más tarde).11
Setenta y cinco por ciento estaban asociadas con parto anormal o
difícil, y dos casos estaban asociados con una lesión craneal dos
semanas antes.12
También se encontraron derrames subdurales en relación con
meningitis (5 casos) y trombosis del seno venoso, que puede complicar
cualquier foco infeccioso (1 caso).13
De aquellos con historias conocidas, había dos pares de gemelos y
dos bebés prematuros.14
En el 75% de los casos, el hematoma estaba rodeado por una membrana
que estaba adherida a la duramadre, y en casi todos los casos el
fluido obtenido de punción subdural era xantocrómico, con una
cantidad variable de sangre fresca, confirmando que el proceso había
estado en marcha durante algún tiempo, en muchos casos posiblemente
desde el parto.15
En
mi artículo de 1971, describí dos de mis propios casos implicando
sacudida potencial –uno en el cual la madre había sacudido al niño
para aclarar su garganta durante un ataque de tos puesto que temía
que pudiera ahogarse, y otro en el cual la madre admitió que ella y
su marido “podrían haber” sacudido al bebé cuando lloraba por
la noche.16
También mencioné un caso anterior en el cual Caffey describió a
una madre que agarró el brazo de un bebé que estaba a punto de caer
rodando desde una mesa para prevenir su caída, tirando de él
bruscamente en el proceso.17
En ninguno de esos casos había ningún mala intención aparente o
evidencia de que la sacudida fuera
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severa.
Si
bien esos sucesos pueden haber desencadenado una hemorragia subdural
o un nuevo sangrado, no está justificado el pasar de esta
posibilidad a la suposición de que hemorragias subdurales no
explicadas, con o sin hemorragia retinal o encefalopatía, están
causadas por sacudidas violentas u otras formas de maltrato.
Hoy
en día, imágenes radiológicas avanzadas están encontrando más y
más hemorragias subdurales, con un estudio que indica que el 46% de
niños asintomáticos tienen hemorragias subdurales debido a partos
normales.18
Este porcentaje es probablemente más alto en niños sintomáticos,
después de partos difíciles, o con patologías. Mientras que la
mayoría de hemorragias subdurales relacionadas con el parto parecen
resolverse sin síntomas, los bebés qué más tarde se vuelven
sintomáticos pueden ser aquellos en los que hemorragias del parto
reflejaban un daño subyacente más serio o se volvieron crónicas,
desarrollando membranas que eran propensas a nuevos sangrados. En
tales casos, el centro de interés no debería estar en encontrar a
un “culpable” –o en culpar a la última persona con el bebé-
sino más bien en la identificación temprana de bebés con
condiciones preexistentes y el desarrollo de otras posibilidades de
tratamiento.
PROBLEMA
#4 ¿POR QUÉ ES IMPORTANTE HACERLO BIEN, Y CÓMO DEBERÍAMOS
PROCEDER?
Cuando
hacemos diagnósticos médicos incorrectos, nuestro consejo y
tratamiento está probablemente por debajo de lo ideal o es incluso
dañino. Esto es particularmente cierto en casos que implican
hemorragia retino-dural de la infancia, en los que un diagnóstico
erróneo puede enviar progenitores y cuidadores inocentes a prisión.
Puesto que la proporción registrada de condenas en casos mortales de
maltrato infantil es del 88%, esto no una preocupación
insignificante.19
Un estudio reciente señala además que cinco informes independientes
han encontrado niveles de TCI en los E.E.U.U. que son aproximadamente
el doble que los de Canadá, el Reino Unido y Nueva Zelanda, una
diferencia llamativa que no es atribuible claramente a diferencias en
la incidencia real de maltrato y puede reflejar una falta
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de
objetividad en el diagnóstico.20
Mi propia experiencia en el examen de una docena de casos en los que
el supuesto autor continuaba afirmando su inocencia “contra viento
y marea” sugiere que una valoración menos tendenciosa de los datos
conseguidos en casos difíciles –y a menudo imperfectamente
documentados– explicaba algo de esa disparidad.
“Hacerlo
bien” requiere que distingamos entre hipótesis y conocimiento. SBS
y TCI son hipótesis que han sido propuestas para explicar hallazgos
que todavía no están completamente entendidos. No hay nada malo en
proponer tales hipótesis; así es como la medicina y la ciencia
progresan. Es erróneo, sin embargo, dejar de advertir a los padres y
tribunales cuando éstas son simples hipótesis, no hechos médicos o
científicos probados, o atacar a los que señalan problemas con
estas hipótesis o que proponen alternativas. A menudo, “hacerlo
bien” simplemente significa decir, de manera clara e inequívoca,
“no lo sabemos”.
Al
evaluar casos individuales, también es importante no confiar
demasiado en estadísticas, por muy atractivo que pueda parecer. Las
estadísticas son provechosas cuando tratamos con relaciones entre
poblaciones bien definidas, pero este punto no ha sido alcanzado en
el estudio de SBS/TCI. En cambio, casos que implican hemorragias
retino-dural de la infancia abarcan grupos de edad, características
genéticas, condiciones subyacentes, y causas potenciales diversas,
incluyendo lesiones en el parto, deshidratación, desórdenes
metabólicos, enfermedades o trastornos convulsivos.
También
debemos considerar el impacto de un porcentaje incluso relativamente
pequeño de diagnósticos equivocados. Incluso si supiéramos que el
90% de hemorragias retino-durales infantiles están causadas por
maltrato, la presunción de maltrato podría terminar en falsas
acusaciones o condenas implicando a un elevado número de
progenitores o cuidadores inocentes (hasta 1 de cada 10 acusados).
Esta cifra aumentará si muchos o la mayoría de hemorragias
retino-durales de la infancia son atribuibles a accidentes o causas
naturales, incluyendo lesiones en el parto.
Dada
la importancia de “hacerlo bien”, la base de evidencias para
SBS/TCI debería ser evaluada cuidadosa e independientemente por
científicos que no estén implicados en esta controversia. Puesto
que la cuestión no es lo que la mayoría de doctores (o juristas)
piensan sino más bien qué está
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confirmado
por evidencia científica fiable, la evidencia debería ser examinada
por individuos sin intereses personales en la materia, y que posean
una formación sólida en principios científicos básicos,
incluyendo la diferencia entre hipótesis y evidencias. No será
fácil seleccionar un grupo así, pero el esfuerzo estará
justificado en términos de justicia y felicidad.
Para
concluir, ¿se me permite el atrevimiento de sugerir que como
miembros de profesiones liberales, nunca deberíamos olvidar dos
sentencias atribuidas al gran médico canadiense, William Osler, y su
colega Thomas McCrae? La primera es ésta: “Como nuestra patología,
así es nuestra práctica.” La segunda es igualmente sucinta: “Se
pierde más por no mirar que por no saber.” Hoy en día,
necesitamos desarrollar una mejor comprensión de la patología del
cerebro infantil y sus revestimientos, y necesitamos mirar con mucho
más rigor a la evidencia. Sólo entonces seremos capaces de
correlacionar con toda confianza los hallazgos médicos con síntomas
y causas clínicas.
Como
C.P. Scott, el venerado editor del periódico Manchester Guardian
durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XX, solía
decir: “el comentario es libre, los hechos son sagrados.” En los
últimos cuarenta años, ha habido mucho comentario sobre hemorragia
retino-dural en la infancia, pero todavía no hemos determinado todos
los hechos. Para eso, necesitamos nueva investigación en la
patología más que una vana repetición de hipótesis. Al obtener
una mejor comprensión de la patología, tal investigación
contribuirá al diagnóstico más temprano y al tratamiento de niños
enfermos o lesionados; también servirá la causa de la justicia.
1
A.N.
Guthkelch, Infantile
Subdural Haematoma and its Relationship to Whiplash Injuries,
2 British Med. J. 430-31 (1971).
2
Ronald
Uscinski, Shaken
Baby Syndrome,
9 J. Am. Physicians Surgeons 76 (2004) (citando a A.K. Ommaya,
Whiplash Injury and Brain Damage, 204 J. Am. Med. Assoc. 75 (1968)).
3
A.C.
Duhaime et al., Head
Injury in Very Young Children: Mechanisms, Injury Types, and
Ophthalmologic Findings in 100 Hospitalized Patients Younger Than 2
Years of Age,
90 Pediatrics 184 (1992).
4
Waney
Squier & Julie Mack, The
Neuropathology of Infant Subdural Haemorhage,
187 Forensic Sci. Int’l 6 (2009).
7
Deborah
Tuerkheimer, Science-Dependent
Prosecution and the Problem of Epistemic Contingency: A Study of
Shaken Baby Syndrome,
3 Ala. L. Rev. 523 (2011).
18
V.
Rooks et al., Prevalence
and Evolution of Intracranial Hemorrhage in Asymptomatic Term
Infants,
29 Am. J. Neuroradiology 1085 (2008).
19
D.
Albert, et al, Insuring
Appropriate Expert Testimony for Cases Involving the “Shaken
Baby,” 308
JAMA 39 (2012).
20
T.
Fujiwara et al., Using
International Classification of Diseases, 10th Edition, Codes to
Estimate Abusive Head Injuries in Children,
43 Am. J. Preventative Med. 218 (2012).
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